El 1 de julio los mexicanos eligieron como presidente a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), en gran medida por haber prometido que resolvería los problemas más devastadores del país a nivel nacional: la violencia imperante, la desigualdad económica y la corrupción generalizada. Sin embargo, López Obrador también tiene la oportunidad de catapultar a su país a un papel de liderazgo en un tema que puede beneficiar tanto a México como al resto del planeta: el cambio climático.
En la actualidad, las energías renovables representan menos de una cuarta parte de la capacidad energética instalada en México, una proporción mucho menor al promedio cercano al 50% de América Latina, pues el petróleo, el carbón y el gas natural generan la mayor parte de la electricidad. México tiene un potencial eólico ocho veces superior a su capacidad instalada actual, y además, cuenta con uno de los recursos solares más altos del mundo: 75 veces la capacidad total actualmente instalada en el país, según informa The New York Times.
López Obrador ha anunciado planes ambiciosos para aumentar la generación de energías renovables tanto en proyectos a gran escala —como presas hidroeléctricas— como en pequeños sistemas de energía descentralizados —como azoteas solares en viviendas y empresas— en un intento por reducir las importaciones de gas natural de Estados Unidos.
El presidente electo prometió incentivar, mediante estímulos tributarios y acceso a créditos, a las industrias locales para que fabriquen partes para plantas de energías renovables. Además, al término de su gobierno, quiere ver en las calles mexicanas 100. 000 coches eléctricos que funcionen con energía solar. A lo largo de su presidencia, estas propuestas reducirán las emisiones de México un 6,8% al año.
Estas son áreas acertadas en las cuales se debe centrar México para acelerar su transición a un consumo de energía con menores índices de emisiones de carbono, pues es uno de los quince países que más emisiones de este tipo generan. Con las políticas adecuadas, el presidente electo podría convertir a México en el líder del hemisferio occidental en desarrollo sostenible, una oportunidad que rechazó su vecino del norte cuando abandonó el Acuerdo de París.
Para llevar a cabo esta transformación, el nuevo gobierno debe basarse en la reforma energética que el presidente Enrique Peña Nieto convirtió en ley en 2013. La reforma creó incentivos importantes con el objetivo de aumentar las energías renovables, entre ellos la apertura del sector energético a la inversión privada y la creación de Certificados de Energías Limpias (CEL), los cuales deben adquirir los distribuidores de energía para cumplir con las cuotas de generación limpia de megavatios-hora.
Alentadas por esta iniciativa, las empresas privadas que han competido por contratos en las subastas de energías renovables que se han llevado a cabo en México tras la reforma, han ofrecido algunos de los precios más bajos del mundo en electricidad. La primera subasta, celebrada en 2016, estableció compromisos para suministrar un equivalente cercano al doble del total de la capacidad solar y eólica que se había instalado en México en los dieciocho años anteriores. En 2015, México era uno de los diez primeros destinos del mundo para realizar nuevas inversiones en energías limpias.
Sin embargo, el desarrollo de proyectos de energías renovables aún debe hacer frente a muchos desafíos. La infraestructura eléctrica de México está decrépita. Debido a que las líneas de transmisión son viejas, se pierde más electricidad durante el transporte y la distribución que en otros países desarrollados. La red eléctrica también necesita expandirse para cubrir las largas distancias entre los puntos de demanda de electricidad —concentrados en poblacionales y centros industriales del centro y sur del país— y los puntos de suministro de energías solar y eólica, ubicados sobre todo en las regiones norte y oeste.
El nuevo gobierno de México deberá realizar subastas para otorgar proyectos de transmisión y distribución a empresas privadas y mejorar la planeación del sistema eléctrico con el fin de integrar más fuentes de energía variable (eólica y solar) con fuentes de energía constante (como el gas natural o la energía hidroeléctrica).
La noche de las elecciones, López Obrador confesó su deseo de “pasar a la historia como un buen presidente de México”. Si logra transformar la matriz energética del país, es muy probable que también sea recordado por darle al mundo un ejemplo de transición a las energías limpias.
Para lograrlo, deberá atraer mayor inversión privada al sistema de transmisión y distribución de México, introducir beneficios focalizados en la industria local de energías renovables y dedicar más recursos a la mejora del proceso de consulta sobre nuevos proyectos. Aunque no hay duda de que López Obrador tendrá una lista de problemas que resolver cuando asuma la presidencia el 1 de diciembre, fomentar el uso de las energías limpias debe ser una prioridad. Tanto los mexicanos como la comunidad internacional se lo agradecerán.
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