Este verano, los incendios forestales han arrasado una superficie récord en toda la UE. ¿Las regiones más afectadas? España y Portugal; dos tercios de la superficie quemada en el viejo continente se encuentran en la Península Ibérica.
Aunque ahora el calor parece estar remitiendo, no podemos ignorar las escalofriantes cifras de este verano. Los incendios forestales de este verano, sin precedentes hasta ahora, son una clara señal de lo que está por venir. Las condiciones meteorológicas extremas se están intensificando año tras año en toda Europa, y esto para nuestra infraestructura energética, es una bomba de relojería.
Como puso de manifiesto el apagón de abril, nuestra red energética es vulnerable. No se construyó para hacer frente a las demandas energéticas actuales ni futuras, ni a los retos climáticos a los que nos enfrentamos. En lo que respecta a los incendios forestales, son uno de los riesgos más significativos desde y para nuestras redes, ya que éstas pueden convertirse tanto en perpetrador como en víctima.
Pero hay buenas noticias, no somos impotentes ante esta amenaza. Hay medidas que podemos tomar para reforzar y proteger nuestra infraestructura energética contra los incendios forestales. Pero no podemos demorarnos. Debemos actuar ahora si queremos garantizar la protección de nuestra red antes de que llegue la próxima temporada de incendios forestales.
Chispas y vegetación: una red vulnerable en riesgo
A medida que aumenta la intensidad y la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos, también lo hace su impacto en la red.
El efecto de las temperaturas más altas y las condiciones ambientales en la red eléctrica puede aumentar el riesgo de que se produzca un incendio. El calor extremo puede dañar gravemente o interrumpir el funcionamiento de partes de la red, provocando, por ejemplo, que las líneas eléctricas, debido a vientos y temperaturas, se balanceen y comben, y que los activos se sobrecalienten. Estas situaciones pueden acabar provocando un choque entre conductores que genere una chispa, o un acercamiento hasta el contacto entre conductores y vegetación, iniciando así un incendio forestal.
La visibilidad limitada, especialmente en las partes remotas de una red, donde este tipo de circunstancias puede ser común, hace que sea difícil el detectar el riesgo o detener la propagación una vez el fuego haya comenzado. Los daños —a la infraestructura, a las comunidades circundantes y a las propias empresas de servicios públicos— pueden ser devastadores. Solo tenemos que fijarnos en ejemplos recientes de Estados Unidos para ver el precio que se puede llegar a pagar.
Afortunadamente, este año, no se ha informado de que ninguno de los incendios forestales que se han extendido por España o Portugal haya sido provocado por la red eléctrica. Sin embargo, esto no disminuye el riesgo para las infraestructuras. Un incendio forestal iniciado en otro lugar puede seguir causando graves problemas para la transmisión y la distribución de la energía hacia los clientes finales.
La gran mayoría de nuestra red eléctrica se extiende por zonas rurales, en medio de una vegetación densa y, a menudo, indómita y en algunos periodos del año completamente seca. Cuando los incendios arden en las zonas cercanas, es solo cuestión de tiempo que alcancen la vegetación que rodea las infraestructuras críticas y, si no se gestionan de forma eficaz, la propia red eléctrica. Esto puede provocar cortes de electricidad generalizados y, lo que es peor, suponer un peligro para los residentes cercanos. Con cada temporada que pasa de clima extremo, el riesgo de daños extensos a la red solo aumenta. Sin intervención, nuestra infraestructura energética queda vulnerable a las llamas crecientes.
Afortunadamente, hay una serie de medidas que podemos tomar para reducir el riesgo que representan los incendios forestales y reforzar la red contra las condiciones climáticas extremas.







Deja tu comentario
Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Todos los campos son obligatorios