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No luchamos contra molinos, esta vez luchamos contra gigantes

Tenemos que ser conscientes que, a fin de cuentas, seremos los ciudadanos quien paguemos la transición energética

2 comentarios publicados

Miguel de Cervantes, uno de los escritores españoles más universales de todos los tiempos, destacó en el siglo XVII con su novela de caballerías "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha". En una de sus múltiples aventuras a lomos de Rocinante, en los campos de Montiel, se topa con 30 molinos de viento, y pensándose que se trataban de gigantes desaforados, inició una fiera y desigual batalla. Sancho Panza, su escudero, al advertirle de la distorsión de la realidad descarada, observa impasible como su amo, Don Quijote, pica espuela a Rocinante y con la lanza en ristre arremete contra el "gigante". La lanzada atraviesa el aspa, que se encuentra en movimiento, y debido a la virulencia del viento, se lleva por delante al caballo y al caballero.

Tras este divertido pasaje ficticio, no puedo más que preocuparme con el paralelismo que observo de la sociedad actual. El mundo contemporáneo, compuesto por los entes individuales que somos nosotros, se encuentra en lo que los profesionales de la salud técnicamente describen como trastorno de déficit atencional e hiperactividad (TDAH).

La patología previamente descrita le imposibilita centrarse en el cambio climático acuciante. La ciencia no ofrece certezas, nunca lo ha hecho. Sin embargo, las evidencias climáticas son palpables incluso para los que sobrepasamos la barrera de los 30 años, con una simple comparación de nuestros primeros recuerdos. Por poner un somero ejemplo, la imagen típica de Bilbao siempre ha sido asociada con un cielo plomizo y a una lluvia fina, bautizada en el Botxo como "xirimiri". Poco, o nada, queda de aquella estampa icónica de Bilbao.

Una transformación titánica

Los acontecimientos convulsos que han acaecido durante el último lustro, pandemia causada por el virus SARS-CoV-2, múltiples y lamentables conflictos bélicos regionales, o guerras menos convencionales, como las comerciales, entre las grandes potencias, nos han distorsionado el foco de lo primordial. Luchamos una batalla en la que el tiempo juega en nuestra contra. Las emisiones mundiales de CO₂ siguen aumentando, a pesar de que el 4 de noviembre de 2016 entró en vigor el Acuerdo de París. Donde los 196 países firmantes acordaron un tratado internacional sobre cambio climático jurídicamente vinculante durante el COP21, y establecían como objetivo “limitar el calentamiento mundial a muy por debajo de 2ºC, preferiblemente a 1,5ºC, en comparación con los niveles preindustriales”.

Los momentos cruciales de la historia a menudo sólo se conocen en retrospectiva, después de que una serie de acontecimientos produzcan un resultado definitivo. Pero todo parece indicar, que estamos inmersos en uno de ellos, y desafortunadamente para nosotros, cada vez, más cerca del famoso “tipping point”, punto crítico a partir del cual un proceso se convierte en irreversible.

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La tarea frente a nosotros es titánica, más si cabe, cuando queremos permutar los cimientos de nuestra sociedad; el motor de nuestra vida, la energía. Parece que existe un consenso generalizado sobre la necesidad de energías libres de gases de efectos invernaderos, pero análogamente, es imperativo que se reduzca el gasto energético per cápita, tanto por la vía del sacrificio derivado de la privación de ciertas acciones cotidianas, como a través de la eficiencia energética.

Para ello, como sociedad debemos adoptar el pensamiento catedralicio, que es aquel que se embarca en una hazaña faraónica, siendo consciente que nunca verá el proyecto concluido. A lo largo de la historia existen innumerables ejemplos, por mencionar uno que todos los lectores conocerán, La Sagrada Familia de Barcelona. La obra del arquitecto Antoni Gaudí lleva cinco generaciones esculpiéndose frente a los ojos del pueblo catalán, habiendo sobrepasado la barrera de los 140 años desde la colocación de la primera piedra.

Política y economía

La transición energética tiene mucho de eso, ya que, será nuestra generación quien nos toque virar el transatlántico antes de que sea demasiado tarde. El momento es ahora. No obstante, como persona enfocada a la energía toda mi carrera, creo que no se está siendo claro con las implicaciones de la transición energética. Por mucho que la generación de energía renovable ya sea fotovoltaica o eólica, sean las más baratas, una vez desplacemos los combustibles fósiles y dependamos exclusivamente de fuentes libres de CO₂, la factura eléctrica ascenderá irremediablemente.

Por otra parte, tenemos que ser conscientes que, a fin de cuentas, seremos los ciudadanos quien paguemos la transición energética, ya sea, por asumir voluntariamente el coste extra de lo sostenible, o será por la vía de transferencia de impuestos desde instituciones públicas hacia compañías privadas que estén modificando su modelo de negocio.

Previsiblemente, la transición energética va a solaparse con un cambio geopolítico secular, donde los sistemas políticos occidentales cimentados sobre las democracias parecen estar alcanzando el punto de fractura por estrés y los sistemas autoritarios, firmemente unidos en el bloque BRICS, surgen, desafortunadamente, como contrapeso del mundo unipolar construido por Estados Unidos.

En este escenario en el tablero mundial, donde la correlación de fuerzas está a punto de invertirse, puede someter a una mayor presión al ciudadano europeo. Ya que, en este momento de zozobra, es cuando deberemos llevar a cabo una transformación radical en una materia tan sensible como la energía, con una industria con horizontes difusos.

El artículo bien podría haberse titulado "Sonámbulos", debido al evidente paralelismo entre la conducta planetaria actual y los seres humanos que padecen dicho trastorno del sueño, por el cual desarrollan actividades motoras automáticas mientras permanecen inconscientes y sin probabilidad de comunicación. Sin embargo, me ha parecido más oportuno vincularlo a la novela de caballería, ya que, en realidad el reto al que nos enfrentamos es gigante.

Por corolario, me gustaría parafrasear a Winston Churchill, primer ministro del Reino Unido de 1940 a 1945 durante la Segunda Guerra Mundial, quien sostenía que “Si tienes algo importante que decir, no intentes ser sutil o inteligente. Utiliza un martillo pilón. Golpea el punto una vez. Luego vuelve y golpea de nuevo. Y vuelve a darle un golpe tremendo". El mensaje es claro, debemos, de manera imperiosa, reducir nuestro consumo energético. No es sostenible que, en Occidente, un ciudadano promedio, disponga de un nivel de vida muy superior al que tenían acceso los reyes católicos de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. Tenemos que cambiar todo, para que nada cambie.

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2 comentarios

  • David B

    01/11/2024

    Si desgracias como la actual en Valencia y otras zonas, se repitieran cada mes en distintos países de la UE, teniendo cada estado cada 6 meses 50 muertos o los 160 que ya llevamos...

    -Quizá se quitaban los aranceles especialisimos al VE.
    -Quizá también el 10% inicial.
    -Puede que hasta incluso el IVA al VE se modificara/cancelara.
    -Lo mismo con el IVA al autoconsumo.
    -Incluso se terminaran las competiciones con motores térmicos.
    -Los vuelos para cortos recorridos.
    -El combustible de aviación pagaría impuestos.
    -Las competiciones de la pelota y otros opios del pueblo recorriendo medio mundo serían más cercanas...
    -Hasta nos podríamos plantear si el crecimiento puede ser infinito...

    Pero como nos cocemos como la rana, poco a poco; y el ser humano no tiene capacidad para pensar a medio plazo, pues seguiremos con la inercia del avestruz.
  • David B

    01/11/2024

    Ager, lo de "desafortunadamente" ¿se lo preguntamos a los palestinos?

    Y sí, el consumo energético*, y de materiales que recorren medio mundo es desmesurado.


    *En un mes volvemos a ver las terrazas de los bares (que pagan la electricidad más barata que las viviendas) llenas de estufas eléctricas.

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