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La transición hacia energías renovables es una prioridad global tan imperativa como económicamente ventajosa que, si bien plantea alguno de los retos más ambiciosos de los últimos tiempos, urge activar. Su superioridad en costes frente a los combustibles fósiles y su impacto positivo en el medioambiente las convierten en las aliadas perfectas para materializar el cambio. Pero el desafío no es solo técnico; también lo es social, político y ambiental. Requiere de concienciación y colaboración entre todos los actores implicados y, para garantizar su efectividad, es fundamental que el despliegue se alinee con una planificación estratégica que permita maximizar su impacto positivo.

En Europa, afortunadamente, contamos con el Pacto Verde Europeo, la hoja de ruta clave para alcanzar una UE climáticamente neutra y sostenible. En él, se establece un objetivo clave para lo que la transición incumbe -el número 55-, que marca el desafío de reducir las emisiones en al menos un 55% para 2030, impulsando un aumento significativo de la participación de las energías renovables. En concreto, la última revisión de la Directiva de Energías Renovables (RED III) eleva la meta de energías renovables al 42,5% del consumo final de energía en 2030, con un objetivo indicativo del 45%.

Pero este objetivo no solo plantea su expansión, sino también la aceleración de la descarbonización de la matriz energética, mediante el reemplazo de fuentes fósiles por energías limpias, y la garantía de una integración eficiente de las renovables en la red, adaptando la infraestructura energética a las nuevas fuentes intermitentes y asegurando la flexibilidad necesaria para un funcionamiento estable.

La realidad es que no podemos permitirnos demorar los ODS; cada avance cuenta para un futuro sostenible. Debemos mantener y reforzar nuestro compromiso, acelerando la acción climática con este marco. Y, para ello, los PNIEC (Plan Nacional Integrado de Energía y Clima) tangibilizan las metas planteando escenarios que, aunque desafiantes para los estados miembros, resultan esperanzadores.

Es el caso de España, que se perfila como un agente clave en la transición energética. Con un objetivo del 81% del uso de renovables en la generación eléctrica de todo el país para 2030, ha registrado un 56,81% en 2024, aportando un total de 148.975 GWh y batiendo un nuevo récord para la contribución de las energías limpias, según los últimos datos de la Asociación de Empresas de Energías Renovables (APPA). Esto nos posiciona un 24,19% por debajo del objetivo establecido para el 2030, lo cual plantea la necesidad de incrementar en un 4,8% por año la penetración.

La situación en otros estados miembros es similar. Italia, por ejemplo, que comparte objetivo de cara a 2030 con un porcentaje más bajo en generación eléctrica renovable -65%-. Y si, además, nos fijamos en referentes europeos, las energías renovables alemanas representaron el 59% de la generación total de energía, un 21% del objetivo marcado para 2030. El grado de penetración correspondería a 1,8% y 4,2% respectivamente.

Pero es que encima hay países que superan las expectativas más optimistas. Sin irnos muy lejos geográficamente, Portugal, que se alinea con el objetivo del 81% del uso de fuentes limpias en la generación de todo el país, ha abastecido en 2024 el 71% del consumo eléctrico nacional mediante la producción de energía renovable, quedando solo un 10% por debajo a 5 años vista de que suene la campana.

De aquí a 2030 solo nos quedan 5 años. ¿Tiene España suficiente tiempo? ¿Es posible la integración a gran escala de las renovables antes de 2030?

Estrategias para lograrlo

Conseguirlo es complejo, pero no irrealizable. España cuenta con una infraestructura energética cada vez más adaptada a la generación renovable que le permitiría dejar atrás las amenazas a las que se enfrenta a día de hoy en transición energética.

Uno de los pilares fundamentales para alcanzarlo es la electrificación del consumo, algo que implicaría la reducción de las energías fósiles como fuente primaria de energía. La Asociación de Empresas de Energías Renovables (APPA) en su informe “El Momento de la Electrificación: Energía Renovable para una Economía Competitiva” explica que la industria española consume un 57% de su energía final para producir calor; proviniendo el 77% de esta energía de combustibles fósiles.

En este sentido, la electrificación de procesos industriales a través de tecnologías concretas reduciría significativamente esta dependencia, abaratando costes y minimizando la exposición a la volatilidad de los precios del gas y el petróleo. Es el caso de las bombas de calor, que alcanzan un rendimiento energético hasta cuatro veces superior al de las calderas de gas o gasóleo, generando un ahorro anual de entre 380 y 680 euros por vivienda. En sectores como la alimentación, el papel y la química, por ejemplo, su implementación también podría llegar a cubrir hasta el 80% de las necesidades, ofreciendo un coste total de propiedad hasta un 61% inferior al de las calderas convencionales.

El vehículo también es un actor importante. Potenciar el uso de los eléctricos por parte de administraciones con incentivos y mejoras en la infraestructura de carga, no solo reducirá la dependencia de combustibles fósiles, sino que eliminará la emisión directa de gases, con la consiguiente mejora de salud en las ciudades.

Pero lograr la transición energética sigue yendo más allá. También es imprescindible integrar sistemas de almacenamiento de energía que garanticen la estabilidad de la red y permitan aprovechar al máximo la generación renovable. Según el PNIEC, en España se deben integrar en la red 73 GW adicionales de solar fotovoltaica, 60 GW de eólica terrestre, 2,5 GW de eólica marina y 22 GW de sistemas de almacenamiento en los próximos años.

Alcanzar esta capacidad es posible si se responde a la demanda energética mediante nuevas industrias electrointensivas, como, por ejemplo, con centros de datos, que devienen esenciales para el funcionamiento de la economía digital, son instalaciones de alto consumo energético. En España, estos centros utilizan un circuito cerrado de refrigeración que se rellena de agua (4.000 m3) solo al comienzo de la vida de la instalación, una cifra que supone menos de los 6.000 m3 que requiere una hectárea de cultivo de maíz. Las segundas, por su parte, se materializan especialmente bien a través de las recientes anunciadas plantas de producción de ensamblaje de baterías, que, si bien en España aún están en desarrollo, para otros muchos países, ya son una realidad gracias a su rápida integración en el mercado.

Puede sonar ambicioso, pero la implementación de todas estas estrategias ya está siendo inducida mediante programas de incentivos y ayudas y eso, sumado a que la instalación de más capacidad renovable está reduciendo los costes energéticos, está favoreciendo la palanca del cambio.

Tendencias futuras: la clave es la velocidad

La velocidad en la integración de las energías renovables en las matrices energéticas de los países de la UE es un hecho. Varios países han superado el 50% de generación eléctrica renovable en sus mixes energéticos, lo que demuestra que la transición es posible. No obstante, para ir más allá y alcanzar una descarbonización total, se necesitarán nuevas palancas de impulso que aceleren este proceso.

Y una de ellas, en línea de lo que comentábamos antes, seguirá siendo liderada por el almacenamiento energético mediante baterías. Su despliegue permitirá una gestión más eficiente de la electricidad renovable, reduciendo la dependencia de las energías fósiles y mejorando la estabilidad de la red. Con precios cada vez más competitivos, su adopción masiva será clave para maximizar el aprovechamiento de la generación renovable.

La competitividad de estas baterías, sumada al avance en redes inteligentes y sistemas de gestión energética, es también esencial para el mañana, ya que optimizará la integración de diferentes tecnologías que permitan hibridar la energía solar con la eólica y compensar la variabilidad de una fuente con la otra, supliendo a la vez la intermitencia sin necesidad de depender exclusivamente de la complementariedad entre fuentes renovables.

Por último, los sistemas de autoconsumo comercial e industrial (C&I) desempeñarán un papel crucial en la transición energética. La adopción masiva del autoconsumo tiene múltiples beneficios, así como la reducción de la demanda eléctrica in front of the meter y la liberación de capacidad en la red para nuevos consumos -movilidad eléctrica y centros de datos, por ejemplo-.

Este tipo de sistemas de almacenamiento de 2 a 4 horas mejoran la gestión interna de la energía, permitiendo a empresas y negocios ajustar sus curvas de consumo y reducir la dependencia del exterior. Además, equilibra la red eléctrica y evitaría sobrecargas, asegurando un suministro más fiable.

¿A qué desafíos nos enfrentamos?

La manera en la que gestionemos esta transición determinará no solo el éxito en la lucha contra el cambio climático, sino el futuro de nuestras comunidades y el mundo que dejaremos a las generaciones futuras. Por ello, debe alcanzar su máximo potencial, algo que solo será posible mediante una regulación clara y eficiente que incentive la implementación de sistemas de almacenamiento energético.

Si queremos conseguirlo, debemos contar con precios dinámicos de energía y mecanismos de capacidad que fomenten modelos de negocio viables dentro de la cadena de valor, impulsando la figura del agregador.

Por otro lado, la regulación de servicios de agregación y flexibilidad es esencial para gestionar el flujo de energía de manera eficiente y optimizar la distribución de los recursos energéticos. En este contexto, es importante garantizar el respaldo al sistema eléctrico para que la integración de energías renovables distribuidas se realice de forma segura y eficiente; agregar recursos energéticos distribuidos para proveer servicios de red; y gestionar la demanda distribuida mediante plantas virtuales de energía (VVP).

No tengo dudas: el futuro de la energía es renovable, descentralizado y eficiente, pero requiere del empeño de todos los actores clave. La velocidad con la que se logre determinará la construcción de un sistema energético resiliente, competitivo y estable.

Daniel Sánchez es EPC Director en BNZ.

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Un comentario

  • Javier

    Javier

    09/11/2025

    Tanto entusiasmo parece que tiene que provenir por alguien económicamente interesado. Y deja de ser creíble.

    La aerotermia por ejemplo , bien para calentar agua pero no para calefacciones que exigen mucha potencia, va a solucionar el problema a tantas calderas de gas, individuales o de comunidades de vecinos?

    Hoy por hoy no se ve

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