La cumbre de Glasgow, que amenazaba con convertirse en un sonoro fracaso climático para un mundo herido ya por una pandemia, vuelve a reunir a una comunidad internacional dividida y, aunque arroja sombras, también recupera la esperanza sobre la descarbonización global.
El acuerdo, forjado in extremis tras dos semanas de intensas negociaciones en el epicentro industrial de Escocia, contiene notables avances, según distintas fuentes consultadas por Efe.
Devuelve, además, el multilateralismo a la toma internacional de decisiones tras años marcados por el egoísmo como bandera de algunas de las grandes potencias, con los Estados Unidos de Donald Trump a la cabeza.
Pero también presenta agujeros, como la ausencia de un mecanismo definido para que los países ricos, responsables históricos del CO2 acumulado en la atmósfera, ayuden a los países pobres en la transición energética.
"Hay muchas cosas buenas, algunas malas, otras que faltan y, sin duda, aún queda mucho por hacer para construir un acuerdo que pueda llegar a ser un punto de inflexión", explica a Efe el presidente del centro de pensamiento Carbon Tracker, Mark Campanale.
El documento insta a duplicar a partir de 2025 la ayuda a la adaptación de los países del sur, que ya desconfiaban antes de Glasgow porque los Estados acaudalados habían incumplido sus promesas financieras y, además, apenas les han entregado vacunas contra la covid, indica un negociador, que pide el anonimato.
EL GRAN AVANCE
El acuerdo consolida el objetivo de limitar el alza de temperaturas a final de siglo a 1,5 ºC respecto a los niveles previos a la revolución industrial, que supera la mera "aspiración" de ese hito contenida en el histórico Acuerdo de París de 2015, donde el límite suscrito eran 2 ºC.
La ciencia es clara: el planeta se ha sobrecalentado ya más de un grado y lo seguirá haciendo.
A partir de 1,5 grados las cosas se pondrán feas, especialmente para los países del sur. Con más de 2 grados, las consecuencias serán catastróficas, también para los del norte. Y a partir de 3 se volverán apocalípticas: morir por agua y matar por comida en un mundo sin esquimales.
"Si cumplimos, la humanidad podrá vivir dentro del planeta", valoraba tras su aprobación el vicepresidente de la Comisión Europea Frans Timmermans; "Nos acerca a evitar el caos climático y asegurar un aire limpio, un agua más saludable y un planeta más sano", apostillaba el delegado estadounidense, John Kerry.
Todos han cedido y nadie se va plenamente satisfecho. China acabó cediendo sobre ese grado y medio que era, casi, una línea roja para Pekín por el tremendo esfuerzo que le supondrá para el país más poblado del planeta, pero donde también saben que son vulnerables a la catástrofe climática, razonaba la vicepresidenta española Teresa Ribera.
"Un paso en la buena dirección, pero..." fue la frase más repetida en el plenario donde decenas de responsables políticos valoraron el texto adoptado con el nombre oficial de Pacto Climático de Glasgow.
Una alta fuente europea, curtida en décadas de negociaciones, comentaba que el proceso para globalizar año a año la lucha climática con la conformidad de casi 200 países es el acuerdo "más complejo de la historia de la humanidad logrado de la forma más democrática de la historia".
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