El lunes 15 de septiembre, una treintena de estados, entre ellos España, se comprometían en París a poner urgentemente en marcha “todas las medidas necesarias para luchar eficazmente contra el Estado Islámico”, incluida “una ayuda militar apropiada”. La comunidad internacional daba así un paso al frente para intentar acabar con la crueldad y el salvajismo de los yihadistas del Estado Islámico (EI), aunque, sin duda, su decisión también ha estado condicionada por poderosas razones geoestratégicas.
El subsuelo de Irak atesora las terceras reservas mundiales de crudo convencional, únicamente superadas por las de Arabia Saudita e Irán. Estas reservas probadas, de buena calidad y con un coste de extracción relativamente bajo, constituyen, con diferencia, la principal fuente que debe alimentar el futuro crecimiento de la producción global de crudo. Por ello, Irak resulta una pieza fundamental en el siempre complicado tablero de la geopolítica energética.
Al mundo no le interesa que las expectativas sobre Irak se vean frustradas. El aumento de la producción de petróleo previsto en este país entre 2012 y 2035 podría cubrir, dependiendo del escenario considerado, alrededor del 40-57% del crecimiento de la demanda mundial durante el mismo periodo. Sin tal aportación, el mercado global del petróleo atravesaría una situación muy complicada, con restricciones en el suministro, precios altos y volatilidad extrema que dañarían la economía mundial. En el Escenario Central del World Energy Outlook 2012, la AIE prevé para 2035 un precio del barril de petróleo en torno a los 125 dólares (de 2011). Si Irak fallara, a esta cantidad habría que sumarle, como mínimo, 15 dólares más.
En este contexto, preocupa que cerca de un tercio de Irak se encuentre en la actualidad en manos de los yihadistas del EI, los cuales, capitalizando un movimiento de protesta sunita fundamentalmente arraigado en el norte y el oeste de Irak, pretenden instaurar un Califato que desde las regiones citadas se extienda hacia el este de Siria. Los recientes avances del EI representan una seria amenaza para la estabilidad y el futuro de Irak, en la medida que además de suponer el inicio de una sangrienta confrontación sectaria, similar a la vivida en 2007-2008, la actual situación podría desembocar en la desintegración del país.
En realidad, con anterioridad a la irrupción del EI, ya era conocido que las incertidumbres que podían dejar en agua de borrajas las previsiones de la AIE no tenian nada que ver con el subsuelo o la geología, sino con los denominados “factores de superficie”. Al margen de la crónica inestabilidad política de Oriente Medio y el enfrentamiento sectario entre las comunidades chiita, kurda y sunita, tales factores incluyen: la corrupción y la burocracia que dificultan que las petroleras extranjeras que operan en el país alcancen los objetivos fijados, las tensiones sobre la explotación de los recursos petroleros existentes entre Bagdad y el Gobierno Regional del Kurdistán, y, finalmente, que el sistema de cuotas de la OPEP, del cual Irak está actualmente exento, acabe aplicándose, lo que limitaría la producción.
Mariano Marzo Carpio es catedrático de Recursos Energéticos de la Universidad de Barcelona y miembro del Consejo Editorial de El Periódico de la Energía
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