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El cambio climático y la pandemia del coronavirus tienen en común la distancia entre lo que sabemos y lo que hacemos. En medio de la crisis sanitaria global, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, al presentar el informe sobre el estado del clima mundial en 2019, ha manifestado que el cambio climático se acelera, que estamos muy lejos de cumplir el Acuerdo de París y que el cambio climático es más mortal que el coronavirus. A diferencia de lo ocurrido en la COP 25, ahora su mensaje ha sido generalmente ignorado. Como ha hecho la Comisión Europea al presentar su Ley del Clima sin establecer ningún objetivo climático para 2030.

El cambio climático sigue existiendo

La pérdida de hielo en la Antártida se ha triplicado desde 2007. El deshielo de dos glaciares (Pine Island y Thwaites) puede elevar el nivel del mar hasta un metro y medio. En 2019 el deshielo se aceleró en Groenlandia, donde la temperatura subió 5 grados y la pérdida de hielo se ha duplicado desde 2007. Más del 50% del permafrost que hay en el mundo se derrite en el Ártico siberiano, liberando el gas metano a la atmósfera. Según la revista Nature, las selvas amazónica y centroafricana han alcanzado su límite de captura de CO2.

Los fenómenos climáticos extremos son más frecuentes y destructivos. Han pasado de ser solo regionales a afectar al 98% del planeta simultáneamente. Sin embargo, España sigue instalada en el disparate. Después de la borrasca “Gloria”, en el mes de enero, la prioridad de todas las administraciones fue reparar los destrozos en el litoral para salvar la temporada turística, sin reparar que el virus ya estaba aquí.

La contaminación por el tráfico y las calefacciones están en el origen de enfermedades cardiovasculares y respiratorias. El informe de IQ Air sobre la calidad del aire en 2019, confirma que la contaminación es el asesino silencioso que mata a 7 millones de personas cada año en un mundo en el que el 90% de las personas respira aire contaminado. Según Ecologistas en Acción, en 2018 el 97% de la población española respiró aire contaminado, responsable de 30.000 muertes prematuras.

Introducir renovables en la calefacción, limitar el tráfico en las ciudades o poner fin a los motores de combustión ha sido cuestionado hasta el punto de que el presidente de Repsol, Antonio Brufau, haya respondido ante sus accionistas a los planes de la vicepresidenta del Gobierno, Teresa Ribera, que no somos tan importantes como para liderar la lucha contra el cambio climático. Para la petrolera, España sí puede liderar en Europa el aumento de emisiones desde 1990, pero no las tecnologías para eliminarlas.

2019: el año de inflexión para los combustibles fósiles

El año 2019 las renovables batieron todos los récords en España, bajaron las emisiones de generación eléctrica, cayó en picado el carbón, volvió a caer la demanda y bajó el precio de la electricidad un 17%. Pero este escenario apunta a otra realidad, como es el principio del fin de los combustibles fósiles.

La Fundación Naturgy ha reconocido cómo la depreciación de los activos contaminantes del sector eléctrico ha reducido su rentabilidad un 87% en los último tres años. A la vez, han establecido ambiciosos planes de inversión renovable en España para equilibrar su mix de generación y deshacerse de activos de carbón y gas. Eléctricas y petroleras van a invertir 11.000 millones de euros en renovables, el mismo importe en que se han depreciado sus activos fósiles.

La situación a nivel mundial es similar y el Instituto de Análisis Económico y Financiero de la Energía (IEEFA) ha comprobado cómo las grandes petroleras y gasistas del mundo han pagado los dividendos a sus accionistas desde 2010 mediante la venta de activos y nuevos préstamos; han perdido valor al mantener su rendimiento por debajo del mercado.

En este escenario aún persiste la resistencia a la transición ecológica. El informe de Greenpeace sobre el cumplimiento de la obligación de las empresas para informar de cuestiones ambientales, sociales, derechos humanos o corrupción, constata un desinterés generalizado en el control de las emisiones o el uso de recursos naturales. La gran empresa española no evalúa adecuadamente el impacto de su actividad. La sostenibilidad se deja para las campañas de publicidad; a nivel interno la consideran un riesgo que se soslaya defendiendo el principio de neutralidad tecnológica.

Los costes de la desidia ambiental

El reciente informe de Greenpeace, “Aire tóxico: el precio de los combustibles fósiles”, estima el coste de la contaminación de los combustibles fósiles en España en 23.631 millones de dólares cada año, equivalente al 1,68% del PIB, y 24.591 muertes prematuras. El transporte y la generación eléctrica son los principales causantes de la contaminación atmosférica, junto con el incumplimiento de las directivas europeas. España lidera el número de expedientes abiertos por Bruselas al infringir más de 32 normas ambientales.

La lista es interminable: la gestión y almacenamiento de residuos, vertederos, parques naturales, incendios, desertización, agricultura intensiva, contaminación en las grandes ciudades, emisiones del transporte, eficiencia de edificios, gestión hídrica, ríos, depuradoras, humedales, deltas, infraestructuras industriales y energéticas, etc. Constituyen un goteo cuyos impactos aumentan a medida que se transfieren de unas generaciones a otras.

Pero el coste es aún mayor en el litoral. Según la investigación de 2014 “Cambio climático en la costa española”, del Instituto de Hidráulica ambiental de Cantabria, el nivel del mar en el litoral subirá 80 centímetros en este siglo y afectará a todas las infraestructuras de la costa, en mayor medida en los deltas, y a los 15 millones de personas que habitan el litoral, urbanizado en un 75%. Los impactos supondrán un coste entre el 0,5% y el 3% del PIB según provincias y escenarios. Estábamos avisados.

Impulsar la sostenibilidad desde las pequeñas economías

De los 6.528 nuevos megavatios de renovables instalados en España en 2019, tan solo el 7% fueron instalaciones de autoconsumo. Una desproporción tan gigantesca es otro récord que puede darnos muchos disgustos en el futuro. La transición energética en el mundo camina hacia más recursos energéticos distribuidos (DER) y no hacia más generación centralizada.

La generación distribuida, las pequeñas instalaciones renovables, el almacenamiento, el autoconsumo individual y compartido, las comunidades de renovables y el vehículo eléctrico son más eficaces en la lucha contra el cambio climático que las renovables a gran escala y la generación centralizada. La sostenibilidad del modelo energético depende de aproximar la generación al consumo.

La reducción de emisiones será mayor a través de las pequeñas economías, entes locales, entes rurales, cooperativas, comunidades de vecinos, pymes, agregación de pequeños consumidores y autogeneradores, pequeño comercio, etc. Es la tesis que sobre el empleo plantea el estudio de Ecologistas en AcciónEscenarios de trabajo en la transición ecosocial 2020-2030”. La pequeña economía puede reducir hasta un 68% las emisiones en 2030.

El modelo de generación centralizada y renovables a gran escala no es sostenible, ni económica y ni ambientalmente. Los sectores difusos (edificación, transporte y agricultura) van a ser decisivos y el modelo energético centralizado no asegura su sostenibilidad, sino una energía cara y contaminante. Los grandes planes quedarán en nada sin los pequeños planes y los grandes actores deben ser sustituidos por el consumidor activo.

Javier García Breva es experto en modelos energéticos y miembro del Consejo Editorial de El Periódico de la Energía.

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Un comentario

  • Armando

    25/03/2020

    Cuando pierdes la escala humana, entran a competir las grandes industrias, las grandes empresas. Es el comienzo del fin de las buenas intenciones del ser humano.

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