El mundo que conocemos actualmente está experimentando cambios a gran velocidad debido a factores que están actuando de una manera conjunta y a nivel global.
Entre ellos, el cambio climático y la escasez de recursos constituyen un reto a nivel internacional que está unificando el esfuerzo de la sociedad, del tejido empresarial y de las administraciones públicas. La preocupación por estas dos cuestiones es notable, y el compromiso de todos los países firme, así lo demuestra la adopción en 2015 de la Asamblea General de las Naciones Unidas de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, en donde se plantean 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) dirigidos a favorecer a las personas, el planeta y la prosperidad.
El liderazgo en la lucha contra el cambio climático se traducirá en un liderazgo tecnológico, en la creación de empleos de calidad, y sostenidos en el tiempo, apoyándose en un tejido industrial innovador y en la reducción de las importaciones de gas y petróleo. Por ello, en la actual coyuntura económica, la apuesta por la industria de la transición energética es una oportunidad para dar un fuerte impulso a la transformación de la economía.
En este sentido, los objetivos comprometidos por España a 2030, mediante el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC): (i) reducción de emisiones, (ii) eficiencia energética; y (iii) penetración de energías renovables, así como la neutralidad climática anunciada para 2050, demandan medidas inmediatas cuyo alcance trasciende a los sectores energéticos tradicionales e incluye otros aspectos con un foco en los grandes núcleos urbanos.
No hay que olvidar que entre un 60% y un 80% de las emisiones totales de CO2 se generan en los núcleos urbanos, especialmente por los sectores de edificación y el transporte. Si se analizan las emisiones producidas por ambos sectores, la edificación es responsable de un 30% mientras que un 55% de las emisiones se deben al transporte. Por otro lado, el 40% de la energía final total se consume en las ciudades; de ésta un 60% es consumida por el sector de la edificación y el 40% restante se consume en el transporte.
Los equipos y tecnologías necesarios para realizar la transición energética urbana ya están disponibles y son más eficientes que otras opciones más contaminantes. Gracias a ello, las actuaciones de electrificación presentan un coste de abatimiento negativo (eliminando la distorsión producida por la fiscalidad), es decir, el valor económico de la energía ahorrada es mayor que la sobreinversión necesaria para llevarlas a cabo. Se estima que estas tecnologías podrían permitir la descarbonización teórica del 80% de la demanda final de energía en Europa.
En España el 20% de la energía final se consume para la climatización de edificios. Por ello es de vital importancia establecer medidas que ayuden a la descarbonización de los sistemas de calor y frío, tanto de las edificaciones actuales como de todas las nuevas, que deberán de estar dotadas de sistemas de cero emisiones locales (tanto de partículas como de CO2). En este sentido, el nuevo Código Técnico de la Edificación (CTE), publicado en diciembre de 2019, fija la aportación mínima de renovables en las viviendas nuevas y en gran rehabilitación contemplando por primera vez la procedente de la bomba de calor.
La bomba de calor capta el 70% de la energía que utiliza del aire exterior y el resto procede de la electricidad, energía cada vez más descarbonizada. Una de sus principales características es, por tanto, su elevada eficiencia. En climas fríos puede llegar a ser entre 2 y 3 veces más eficiente que una caldera de condensación de gas y esta eficiencia aumenta hasta 3 y 4 veces si el clima es templado. Por tanto, la bomba de calor puede proporcionar calefacción, refrigeración y/o agua caliente sanitaria (ACS), mediante un uso inteligente y racional de la energía renovable, tiene una alta eficiencia y un bajo coste de operación.
Por otro lado, es necesario intensificar el esfuerzo de descarbonización del transporte. La combustión de los vehículos no sólo genera grandes volúmenes de CO2, sino que sus emisiones de NO2 y partículas son responsables de la mala calidad del aire en las ciudades, que ha sido señalada como la causante de 30.000 muertes anuales prematuras en España.
En este sentido, la electrificación del transporte es la única palanca realista y la más eficiente para que este sector se pueda descarbonizar al ritmo necesario y maximizando el potencial industrial de España. La movilidad eléctrica permite mitigar el problema de la calidad del aire, contribuir al cumplimiento de los objetivos de reducción de emisiones e integración de renovables en el consumo de energía final y a la reactivación económica. Además, también supone una medida de eficiencia energética en el sector transporte, ya que el vehículo eléctrico es 4 veces más eficiente que un motor de combustión interna, por lo que permite un ahorro mayor de energía final. De este modo, se puede indicar que el desarrollo del vehículo eléctrico contribuye a la consecución de los 3 objetivos ambientales de la UE y de España recogidos en el PNIEC.
El éxito de la transición energética en las ciudades como impulso de la recuperación económica requiere medidas que actúen en cuatro ejes: i) definir objetivos y un modelo de gobernanza municipal; ii) impulsar la movilidad eléctrica; iii) convertir a las Administraciones Públicas a todos los niveles en un ejemplo de compromiso con la descarbonización, la eficiencia y las renovables y iv) diseñar incentivos a la eficiencia energética en la edificación que tengan en cuenta la contribución de la bomba de calor al resto de objetivos climáticos; el plan de rehabilitación energética de edificios comprometido con Bruselas es una oportunidad para impulsar de forma decidida la bomba de calor. Adicionalmente, la edificación de nueva construcción debería ser diseñada considerando únicamente sistemas de climatización de cero emisiones locales (tanto de CO2 como de partículas).
Fuente: Energía y Sociedad
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