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Que el control al acceso de la energía fue, ha sido y seguirá siendo motivo de conflictos bélicos, no es nada nuevo. La creación de los estados del Oriente Medio es un claro ejemplo de cómo aparentar cesión de soberanía por parte de las potencias coloniales de la época,  asegurándose  la pacificación de la región y manteniendo a la vez el acceso a los hidrocarburos.

Todo esto ha durado más de un siglo. Pero el vigente statu quo se ha roto. Algunos estados creados a finales del siglo XIX y a principios del XX se han enriquecido con las enormes rentas del petróleo y se han permitido financiar iniciativas que colisionan con su idea fundacional.

La geopolítica y la división en bloques hacen que conflictos como el de Siria sean de muy difícil solución ya que las iniciativas que pueden parecer convenientes a unos, van en contra de los intereses de otros haciendo imposible la búsqueda de una solución consensuada.

Pero en este escenario de crecientes conflictos y enquistamiento de posiciones aparece un nuevo actor que lo relativiza todo. Con su deshumanización y propaganda de sus actos. Con sus declaraciones de guerra y exterminio del desigual. Con sus ambiciones de implantación territorial desde el ibérico Al Ándalus hasta gran parte de la actual Europa. Con su poder de seducción de miles de jóvenes que, de manera incomprensible para la mayoría de sus propios conciudadanos, se adhieren a la filosofía de implantación generalizada del terror. Con su agenda de terror que logra su objetivo allí donde la libertad de las democracias se lo permite. Pero, ¿cómo es posible que tamaño dislate tenga financiación y sea creciente más allá de toda lógica?

Sin duda porque disponen de una gran cantidad de recursos, parte de ellos, crudo procedente de los pozos a los que han accedido como consecuencia de su raid. Y, ¿quién compra este crudo que al igual que los diamantes de sangre, señalan a sus destinatarios finales con todos los horrores del averno? Pues resulta que esta respuesta no es nada clara. Que este petróleo viaja por los territorios en conflicto para finalmente diluirse y perder su trazabilidad hasta integrase en el mercado global del crudo es algo fuera de toda duda.

Si esto es así, ¿por qué no se destruyen sus pozos al igual que se bombardean sus aldeas y centros de entrenamiento? Seguramente, no nos gustaría conocer la respuesta y mucho menos llegar al conocimiento de que en alguna parte de nuestro motor de explosión interna, alguna molécula de producto combustible procede de estas fuentes impuras.

Y con ello llegamos al nudo gordiano del problema. En nuestra larga lista de contradicciones, hemos de agregar ahora la de la lucha contra el terror y sin embargo constatar que su crudo se coloca en los mercados internacionales y que con sus rentas tienen acceso a las armas que se fabrican en el mundo occidental y se utilizan para sus fines de guerra total a nuestro modelo de convivencia.

No debe ser fácil encontrar soluciones para salir de este círculo vicioso entre nuestras necesidades energéticas y la ética de su aprovisionamiento, pero esta vez la tecnología nos debe dar una luz al final del túnel. Si por las conocidas razones medioambientales cabe esperar un mayor compromiso internacional en la reunión del COP21 a celebrar este próximo diciembre en París, cabe agregar ahora por la razones expuestas, y exacerbados aun más si cabe por los sucesos recientes de París, que la descarbonización también podría coadyuvar en la lucha contra el terror.

Sin duda, una estrategia global en la que la restricción paulatina de hidrocarburos fuese la política a aplicar chocaría frontalmente con los estados productores que tienen, en muchos de los casos, sus presupuestos nacionales dependientes de los ingresos por venta de crudo o sus productos derivados (solo cabe recordar aquí el enorme impacto que ha tenido el descenso de precios en Rusia y Venezuela).

Pero sin dudarlo, la doble acción de reducción de gas de efecto invernadero y la restricción de ingresos aplicados al terror de ISIS, sería una oportunidad a no despreciar. Animamos a que en el próximo encuentro de la COP21 de París, no se pierda la inercia global contra el terror y se aproveche el encuentro para buscar las sinergias que nos convienen y, por una vez, tratar de ser más éticos y consecuentes con nuestros actos.

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