Cualquier inversor que esté considerando comprar acciones de Saudi Aramco en su inminente salida a bolsa de la compañía debería leer la letra pequeña y proclamar a los cuatro vientos lo que realmente es: una experiencia decepcionante para quienes albergaban la esperanza de que la mayor compañía petrolífera del mundo fuera a cambiar el rumbo del sector.
Empecemos por las advertencias contenidas en su propio folleto en lo relativo al cambio climático. Ahí está, más claro que el agua: “Las
preocupaciones y repercusiones existentes y futuras en el cambio climático… podrían desplazar la demanda hacia otros combustibles.” Y
continúa: “Las preocupaciones relativas a las sustancias químicas y los plásticos [...] en el medio ambiente [...] han tenido como consecuencia
normas más restrictivas, y podrían conducir a una nueva normativa”, además de otros riesgos financieros importantes.
Apostar por Aramco es apostar contra la cuarta revolución industrial, que poco a poco está cogiendo velocidad. Sí, es la compañía petrolífera más grande del mundo, además de la más rentable;; sí, el petróleo que produce es – en relación a la competencia – relativamente barato, lo cual a corto plazo quizá sea una apuesta aceptable. Pero la advertencia es clara cuando se trata de grandes compañías petrolíferas.
A lo largo de la próxima década, el coste decreciente de los vehículos eléctricos y la energía renovable perjudicará de forma continuada al
control que las grandes compañías petrolíferas ejercen sobre el sector de transportes, según BNP Paribas.
Tanto la International Energy Agency, Shell y los análisis de la propia Aramco muestran cómo la demanda de petróleo descenderá a partir del año 2030, debido a la eficacia y los cambios tecnológicos en el sector del transporte.
Como dejó muy claro el primer informe de la Comisión de Transición de Energía en 2017: si vamos a tomarnos en serio la advertencia del límite de calentamiento de 1’5 grados, las actuales emisiones nocivas necesitan reducirse en más de un 50% para el año 2040, y luego ser rápidamente llevadas a niveles cero netos.
Lo que resulta extraordinario de la salida a bolsa es cómo ha forzado a Aramco y el estado Saudí a enfrentarse a las consecuencias del cambio
climático. Un nuevo análisis de la firma de asesores Calendar advirtió, entre otras cosas, que las instalaciones de refinería de Aramco quizá
tengan que trasladarse debido al aumento del nivel del mar, mientras que la infraestructura deberá ser altamente resistente al calor cuando las temperaturas abrasadoras alcancen nuevos extremos.
No en vano son una nación y una compañía que siempre han ido de la mano, y que durante años han intentado bloquear o ralentizar el progreso de negociaciones de política climática internacionales, a pesar de que la economía, el entorno y la sostenibilidad social del país son altamente vulnerables a las repercusiones del cambio climático.
Aún así, sucesivas comisiones de las Naciones Unidas han intentado diluir la investigación científica y centrarse en lo que ven como el impacto negativo del cambio climático en sus intereses petrolíferos. ¿Cómo?
Desde intentar bloquear la inclusión del objetivo climático de 1’5 grados centígrados en el Acuerdo de París de 2015 hasta oponerse a un límite absoluto en emisiones nocivas provocadas por la industria naviera en 2017 e intentar diluir las conclusiones del indispensable informe 1’5°C del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) a finales de 2018.
Si Riad hubiera pasado menos tiempo intentando minar la ciencia y más tiempo considerando sus decisiones políticas, el país quizá estaría mejor equipado para enfrentarse a las consecuencias financieras y físicas que se les avecinan.
Mientras tanto, los enormes cambios de mercado en la demanda de petróleo empezarán a tener repercusiones en la próxima década con el
aumento de vehículos eléctricos.
Los analistas de Bloomberg New Energy Finance estiman que los vehículos eléctricos alcanzarán unos 550 millones en 20 años, lo cual
supondrá el 32% del total de vehículos para pasajeros de todo el mundo.
Es un cambio en las áreas de consumo y producción que no puede ser ignorado por inversores que siguen queriendo apostar por la energía del pasado.
Pero no sólo hay cambios en el transporte por carretera. El gigante naviero Maersk se ha marcado como objetivo alcanzar las cero emisiones netas de carbono en 2050, una meta que se convierte en algo muy real si consideramos que la vida de un barco es de unos 25 años.
Por otra parte, Easyjet y Airbus firmaron un acuerdo recientemente para determinar el potencial de aviones eléctricos e híbridos para vuelos cortos en Europa.
¿Deberían estar preocupados los inversores interesados en las acciones de Aramco? Está claro que muchos están preocupados por la compañía, a juzgar por su falta de éxito a la hora de conseguir acuerdos en Londres o Nueva York. Su valor ha descendido: Mohammed bin Salman, el príncipe heredero de Arabia Saudita, afirmó que la compañía estaba valorada en $2 trillion (dos billones de dólares) en 2016, pero su Oferta Pública de Venta (OPV, IPO en inglés) lo sitúa en aproximadamente $1.7 trillion (1’7 billones de dólares).
Los bien remunerados asesores de Aramco en Citigroup, JPMorgan, Goldman Sachs y Morgan Stanley alegarán que la compañía tiene una
visión sólida y estratégica a largo plazo. Pero los inversores tendrán que entender que, aunque esto quizá represente un valor aceptable a corto plazo, las acciones de Aramco están en declive.
La ciencia es clara: las consecuencias del cambio climático están perjudicando a las acciones de combustibles fósiles, y los analistas
expertos están finalmente dándose cuenta del riesgo y la amenaza existencial que este sector supone para sus puestos de trabajo. Es
posible que este proceso de salida a bolsa sea el principio del telón final de las grandes compañías petrolíferas.
Nigel Topping es el Director General de la coalición We Mean Business
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