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El reciente apagón que afectó a la Península Ibérica ha reabierto un debate imprescindible: ¿cómo asegurar la continuidad del suministro eléctrico en un sistema energético en transición? La respuesta no puede ser unívoca ni ideológica, sino técnica y basada en las evidencias. Lo ocurrido el 28A demuestra que la resiliencia del sistema no puede descansar únicamente en fuentes más o menos verdes, ni en infraestructuras aún en desarrollo. La continuidad del suministro especialmente en situaciones de emergencia depende, hoy por hoy, de un mix energético diversificado y equilibrado, donde no sobra ninguna fuente, y donde los combustibles fósiles siguen siendo una herramienta imprescindible de respaldo.

El apagón dejó sin electricidad a infraestructuras críticas, hogares y empresas, obligando a activar mecanismos de emergencia. Hospitales, centros logísticos, estaciones de servicio y otras instalaciones esenciales mantuvieron su operatividad gracias a generadores alimentados por gasóleo. En este contexto, el gasóleo no fue una opción secundaria, sino la única alternativa viable para garantizar servicios básicos ante una interrupción súbita del suministro eléctrico.

Este episodio evidencia la necesidad de replantear el diseño del sistema energético desde una lógica que combine sostenibilidad, eficiencia y seguridad. La transición energética que es ineludible y deseable debe abordarse desde una planificación integral que no sacrifique la estabilidad del sistema por acelerar la descarbonización. Es imprescindible construir un sistema energético flexible y robusto, capaz de integrar múltiples fuentes sin comprometer la continuidad operativa ni en condiciones normales ni en situaciones críticas.

Transición sí, pero con respaldo técnico

Desde el punto de vista técnico, los sistemas energéticos basados mayoritariamente en renovables presentan tres desafíos principales: la intermitencia, la limitada capacidad de almacenamiento a gran escala y la necesidad de una infraestructura de red digitalizada y resiliente. Mientras estas limitaciones no estén del todo resueltas y en práctica, la existencia de tecnologías de respaldo como los motores diésel o los ciclos combinados sigue siendo esencial. No por resistencia al cambio, sino por una exigencia operativa que afecta directamente a la seguridad energética.

A este respecto, la liberación de reservas estratégicas de gasóleo y gasolina anunciada por el Gobierno en respuesta a la crisis puso de manifiesto un hecho incontestable: los combustibles fósiles forman parte del núcleo de seguridad energética nacional. Estas reservas, previstas para contextos como este, permitieron mantener operativas infraestructuras clave mientras se restablecía el servicio eléctrico y se volvía a la normalidad. Dicho mecanismo, coordinado con los operadores logísticos y empresas distribuidoras, garantiza el suministro en escenarios de crisis, independientemente de su origen: técnica, natural o geopolítica.

Un sistema equilibrado para un futuro viable

El mix energético debe entenderse como una herramienta estratégica, no como una excusa para perpetuar modelos antiguos. Integrar fuentes renovables con tecnologías convencionales y soluciones de almacenamiento permite mitigar riesgos y gestionar la demanda con mayor precisión. El objetivo no es frenar la transición, sino hacerla operativamente viable. Un sistema equilibrado, capaz de adaptarse a situaciones de estrés, es también un sistema más justo, porque protege a todos los usuarios, incluidos los más vulnerables.

Para que esto sea posible es necesario reforzar la inversión en infraestructuras críticas, mejorar la capacidad logística en el suministro de combustibles, impulsar el desarrollo de biocarburantes avanzados y asegurar la interoperabilidad entre tecnologías, además de mantener disponibles los sistemas de respaldo, sin que ello ponga en riesgo la viabilidad económica de los operadores que los sostienen.

En definitiva, la crisis reciente debe interpretarse como una llamada de atención a favor de una planificación energética basada en datos, no en dogmas. La energía no es solo un vector ambiental, sino un servicio esencial cuya continuidad afecta a la seguridad nacional, la cohesión social y el desarrollo económico. Y si bien el futuro será renovable, el presente exige pragmatismo y una comprensión clara de los límites actuales del sistema.

Construir un modelo energético resiliente requiere combinar visión de largo plazo con capacidad de respuesta inmediata. El sistema eléctrico del futuro no puede prescindir de aquellas tecnologías que garantizan su funcionamiento ante lo inesperado. Porque no se trata solo de producir energía limpia, sino de garantizar que esa energía esté disponible cuando y donde se necesita. Y eso, hoy, solo es posible con un mix energético sólido, diversificado y respaldado por infraestructuras eficientes.

Diego Guardamino es director general de Hafesa.

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Un comentario

  • naughty

    naughty

    11/05/2025

    Otro comercial de fósiles al que no le gusta la palabra HIDROELÉCTRICA. ¿Será por las erres?

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