A menudo se da por sentado que la energía solar es en sí misma ambientalmente sostenible y que sus credenciales de carbono no necesitan ser escrutadas. Pero el hecho es que, incluso las plantas de energía solar tienen un impacto ambiental en su ciclo de vida. Por ejemplo, la energía solar concentrada (CSP) tiene una huella de 20 g de CO2 por kilovatio-hora (kWh) de electricidad producida, además de consumir grandes cantidades de agua. Del mismo modo, las plantas de energía fotovoltaica también tienen huellas de carbono que, sobre una base de ciclo de vida, pueden ir desde 12 g / kWh para una instalación de módulos de película delgada, hasta un máximo de 24 g por kWh para las que usan paneles de silicio multicristalino.
De acuerdo con la metodología de la huella ambiental de productos de la Comisión Europea, los procesos previos generan entre el 80% y poco más del 95% de las emisiones en el ciclo de vida de una planta de energía fotovoltaica. Esto incluye la extracción de materias primas, la producción de materiales semiconductores, fabricación de módulos y otros componentes del sistema (BOS) y la construcción.
Mientras que la huella de carbono es de suma importancia en el contexto de la descarbonización del sistema energético, otros impactos creados por la fabricación de componentes de un sistema fotovoltaico, tales como la acidificación, la eutrofización, el consumo de recursos abióticos y las emisiones de partículas, también son importantes.
La huella comparativamente alta en contenido de carbono de los paneles de silicio multicristalino es el resultado directo de los procesos intensivos en energía requeridos para refinar silicio y cortar los lingotes en obleas. También es una consecuencia directa del hecho de que la fabricación de paneles de silicio multicristalino se ha trasladado desde los mercados donde la electricidad tiene una baja intensidad de carbono a los países que dependen del carbón y otras formas de generación intensivas en carbono. Como resultado, muchos de los módulos fotovoltaicos de hoy en día pueden venir con una huella de carbono incorporada importante.
Los reguladores europeos ahora tienen la oportunidad de aprovechar los logros obtenidos para asegurar que las ofertas de los productores independientes de energía sean competitivas no solo en costes sino también en huella de carbono. ¿Cómo? Francia ha sido pionera y una vez más señala al mundo el camino a seguir. Aunque la mayoría de las ofertas competitivas se centran en el precio y el cumplimiento de los requisitos técnicos, la Agence de l'Environnement et de la Maîtrise de l'Energie (ADEME) ha diseñado un sistema para asegurar que el país saca el máximo valor, y no sólo en el sentido financiero, en sus inversiones en energía solar a gran escala.
Una reciente licitación de 200 MW de energía solar en Francia ofrecía una prima de evaluación del 15% a los proyectos que utilizaran módulos fotovoltaicos con huella baja en carbono. En otras palabras, los desarrolladores que querían ganar un contrato de compra de energía en Francia necesitaban competir no solo en precio, sino también en la sostenibilidad ambiental de sus proyectos.
Mientras que algunos pueden decir que esta política no está exenta de un cierto proteccionismo comercial, en realidad lo que hace es ayudar al país a asegurar que su programa de energía renovable es todo lo ambientalmente sostenible que puede ser. Es cierto que esto excluye a un número de fabricantes de paneles de nivel inferior que no tienen la capacidad financiera para invertir en procesos de fabricación bajos en carbono, pero también lo es que la medida protege eficazmente a Francia de los despliegues a escala comercial de paneles fotovoltaicos intensivos en carbono, sin sacrificar la competitividad económica de su programa. Esta es una demostración clara de cómo la evaluación del impacto ambiental puede incorporarse con eficacia a los procesos competitivos.
La política de Francia en la reducción de la huella de carbono de su programa de energía solar sirve de precedente para otros países. Herramientas como la estructura de una oferta competitiva de Francia y una nueva iniciativa europea para introducir las etiquetas ecológicas para los módulos fotovoltaicos ya existen.
Y como la fotovoltaica ya es competitiva en precio con los combustibles fósiles, es el momento de cambiar las reglas del juego e introducir las externalidades en la ecuación de la generación eléctrica. Hay que asegurarse de que no repetir los errores de los últimos 150 años de uso de combustibles fósiles.
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