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Una de las cuestiones que más se ha debatido en la política contemporánea es la de la relación que debe existir entre políticos y técnicos. La respuesta que puede considerarse obvia es que los políticos deben ocuparse de los fines, y los técnicos de los detalles y de  la ejecución, pero la realidad suele ser bastante más compleja que esa distinción tan fácil. Pongamos el caso de la energía y una pregunta simple: **¿el galimatías de las tarifas y su correspondiente traslado a las incomprensibles facturas, es un fallo político o es consecuencia de que las eléctricas no tienen contables competentes? **

Como se trata de un mero ejemplo, no voy a contestar a la pregunta, pero voy a partir de ella para echar leña a un fuego que ya no es nada pequeño, el incendio de la opinión pública en relación con la corrupción, una palabra que resume mil quejas, y con el desdén de muchos políticos hacia los ciudadanos a los que representan y gobiernan.

No se trata sólo de que la larga crisis económica haya puesto a los españoles contra los políticos que no parecen capaces de resolverla, aunque este dato no es nada irrelevante. Por detrás del descontento con los “recortes”, la subida de impuestos, el crecimiento de las administraciones, o la insoportable arbitrariedad de sus medidas, hay un largo desencanto con la democracia entendida como un mero proceso de legitimación de los que tienen la sartén, o eso parece, por el mango.

En la reciente historia española hay demasiados ejemplos de disparates de aspecto puramente técnico que responden a políticas muy equivocadas o, al menos, insuficientemente explicadas.  No se puede echar la culpa a los técnicos de que, por aquí o por allá,  haya un excesivo número de aeropuertos, de museos de arte contemporáneo, de universidades, de hospitales con plantas vacías, o de trenes de alta velocidad que circulan casi vacíos o que descarrilan en curvas inverosímiles. Detrás de todos esos excesos ha habido un gasto público no claramente productivo y se sospecha, no sin fundamento, que han circulado millones de euros que mejor hubieran estado en los bolsillos de los ciudadanos, pero no se puede fabricar ningún Bárcenas con medidas austeras y con trasparencia para controlar el gasto.

Los españoles soportan con enorme paciencia unos impuestos enormes y una información extremadamente escasa sobre cómo se emplean los dineros públicos. Los liberales deberían oponerse a esos excesos de gasto y de opacidad, pero no sólo en el caso de los poderes públicos, sino también en los muy abundantes casos en que los ciudadanos se sienten indefensos frente a las comisiones de los bancos,  las arbitrariedades de las telefónicas o los incomprensibles vaivenes, siempre hacia arriba, de las tarifas energéticas.

España tiene unos costes energéticos tan impenetrables al entendimiento común como altos, y eso supone un doble perjuicio, a nuestra competitividad como país, pero también a nuestra escasa cultura democrática. De tan acostumbrados que estamos a no pedir explicaciones a los políticos que no hacen lo que dijeron que iban a hacer, y mira que abundan, venimos soportando con estoicismo y cierta placidez que la gasolina suba cuando baja el petróleo, o que la electricidad se encarezca con los embalses a tope. Hay que poner fin a ambas carencias, al exceso en tarifas muy altas, y al defecto en informaciones precisas sobre ****las supuestas razones para que los precios suban, como, tan a menudo,  lo hacen.

Para progresar en estas cosas, un objetivo político muy claro, hace falta que alguien se proponga hacerlo, pero, sobre todo, que haya una presión ciudadana que así lo imponga. Una de nuestras paradojas más notables puede acabar siendo que fuerzas políticas que nos conducirían a donde nadie mínimamente avisado querría ir  puedan alcanzar la mayoría a base de repetir cosas tal vez inexactas pero que todo el mundo entiende. Lo harán si no hay nadie enfrente que lo haga mejor, y ahora no lo hay. De manera que no necesitamos sólo unas tarifas más baratas, sino una democracia  de mucha mayor calidad. Lo primero no vendrá sin lo segundo, porque no hay nada que favorezca más las subidas de precios que una poderosa cortina que oculte lo que tras ella ocurre en realidad. Quien no quiera ver que el público está empezando a enfadarse no se entera de nada, y eso puede pasarle perfectamente a líderes empresariales que generan muchos beneficios, y a líderes políticos que han ganado elecciones, pero que, con toda probabilidad, no las volverán a ganar sin merecerlo.

José Luis González Quirós es profesor de Filosofía en la Universidad Rey Juan Carlos y vicepresidente de Vox

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Un comentario

  • STONER

    08/07/2014

    Los ciudadanos agradeceríamos, no que nos digan nuestros problemas (que algunos nos damos cuenta de ellos) sino alguna verdadera y realizablo solución, no teoría, sino práctica.

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