La flota naval que actualmente está surcando las aguas del Caribe no patrulla precisamente por el carácter “democrático” de Estados Unidos, ni por una preocupación incesante por los derechos humanos, ni mucho menos por las drogas que entran a Estados Unidos.
El portaaviones USS Gerald R. Ford, acompañado de un sinfín de destructores de misiles guiados y 15.000 soldados estadounidenses, establece un cerco sobre las costas de Venezuela, mientras que en la Casa Blanca intentan vender la situación como una acción contra un Estado “narcoterrorista”. Sin embargo, no hay que ser especialmente inteligente para rascar un poquito en la superficie del asunto y darse cuenta de que tu dedo se habrá manchado ligeramente de una sustancia viscosa de color azul oscuro, casi negro… Negro petróleo.
La Administración Trump ha construido a la perfección una arquitectura compleja en la que predominan las mentiras estadísticas. Washington califica a Nicolás Maduro de máximo capo de la droga y, con esta excusa, se está dedicando a bombardear embarcaciones pesqueras. Estas bombas ya han matado a más de 80 personas en ataques que los expertos están empezando a calificar como “crímenes de guerra”, precisamente por atacar a civiles fuera de un conflicto armado (recordemos que Estados Unidos y Venezuela en ningún momento han entrado en guerra).
Estos civiles han muerto bajo el estigma de “asesinos” por la droga que entra en Estados Unidos. Sin embargo, los propios datos de la DEA se contradicen cuando indican que la mayoría de la cocaína que entra en el país es a través del Pacífico, no del Caribe. Y el fentanilo, excusa principal de Trump para justificar los ataques, entra casi exclusivamente por México. Esto deja en evidencia que la droga es solo una simple tapadera. La realidad la deja muy clara el presidente colombiano, Gustavo Petro, en una de sus intervenciones sobre la cuestión: “La lógica de Trump no es la justicia, es una negociación hostil por los recursos”.
Las mayores reservas probadas del planeta
¿Y por qué esta lucha por los recursos de Venezuela? La “independencia energética” de la que tanto presume Estados Unidos está lejos de ser una realidad. Detrás de la revolución del shale oil a inicios de los 2000, se esconden multitud de refinerías estadounidenses, algunas en un enclave industrial altamente relevante como es el caso de Texas y Luisiana, que fueron diseñadas para procesar crudo pesado.
Y, efectivamente, el petróleo bajo territorio venezolano cumple a la perfección esta característica, siendo de hecho el país con las reservas probadas más grandes del mundo de este crudo. La reciente incautación de buques como el Skipper y el estrangulamiento a PDVSA no buscan liberar a un pueblo, sino asegurar que ese flujo energético, que hoy encuentra mercado en China, vuelva a alimentar la industria estadounidense.
Parece que Trump se ha disfrazado de James Monroe, y ahora no solo se trata de considerar a Latinoamérica como el patio trasero de Washington, sino también de expulsar a rivales geopolíticos como Pekín a cualquier coste. La obsesión ya no solo se queda ahí. Vemos que la oposición venezolana está presentando a inversores estadounidenses oportunidades de inversión millonarias tras un posible cambio de régimen, un mensaje evidente de que la caída de Maduro va a venir acompañada de un cheque en blanco para las petroleras americanas con la “intención” de revitalizar el petróleo venezolano.
Golpe de poder
Esto ya no solo se trata de una crisis ad hoc, sino de un golpe de poder dentro de Estados Unidos que está permitiendo a Trump campar a sus anchas y ordenar ataques militares unilateralmente contra un objetivo inventado. Venezuela se está convirtiendo en el escenario perfecto para expandir la autoridad ejecutiva de la Administración Trump, haciendo que el petróleo se convierta en el premio final.
El magnate incluso parece reírse de todos nosotros cuando dice tras la incautación reciente del buque petrolero: "Supongo que nos quedaremos con el petróleo". Así que, por favor, no neguemos lo evidente: esto no se trata de una misión humanitaria por salvar vidas americanas. Se trata de una operación de piratería moderna sin precedentes en la que el fin último es poner a Estados Unidos primero, aunque eso signifique saquear los recursos de otro país.
Antonio García-Amate trabaja en el Departamento de Economía y Empresa de la Universidad Pública de Navarra.
luis
19/12/2025