En el Atlántico, a solo 5 kilómetros de la costa portuguesa, se encuentra el "Windfloat", un enorme molino de viento que, apoyado sobre una plataforma triangular amarilla -repleta de gaviotas-, genera energía eólica en el mar. Pero su peculiaridad no es que genere energía, -existen unos 60 parques eólicos marinos en Europa-, sino que "flota", es decir, no tiene cimientos ni una estructura que lo fije en el lecho marino. "Estamos cambiando la manera de construir los parques eólicos marinos", explica Alla Weinstein, directora de Principle Power, empresa encargada de construir la plataforma.
Los parques eólicos marinos, también conocidos como "offshore", son una realidad desde hace casi una década en Europa y forman parte del paisaje costero del Reino Unido, Dinamarca, Suecia o Noruega, entre otros países. De hecho, actualmente hay cerca de 2.000 turbinas marinas instaladas en la UE que dotan a los países miembros de una capacidad de generación de 6.562 megavatios, según un informe de la Asociación Europea de la Energía Eólica (EWEA, sus siglas en inglés).
"Sexys" pero caras
Pero pese a ser "muy sexys" para los promotores, tal y como las define un miembro de EWEA, estas instalaciones tienen dos inconvenientes: su elevado coste de mantenimiento y de construcción. Los parques "offshore" tienen que ser construidos en el mar, lo que eleva el precio de su cimentación, y su gasto se dispara cuanto mayor es la profundidad, especialmente a partir de los 40 metros.
Para una turbina flotante, sin embargo, la profundidad no es problema. Puede ser edificada en tierra, donde se trabaja de manera más eficiente y posteriormente se remolca hasta un punto con buenas condiciones de viento, desde el que envía la energía generada hasta una central a través de un cable submarino. "En dos años generamos cerca de 10 gigavatios de electricidad", comenta orgullosa Weinstein, quien asegura que, con "Windfloat", han demostrado la viabilidad comercial de estas instalaciones.
La estructura pesa cerca de 3.000, mide aproximadamente 100 metros de altura y cada uno de los tres lados de la base -que forman un triángulo- mide 35 metros de largo. Está sujeta al fondo marino por cuatro anclas, que evitan que sea arrastrada por la corriente, y se mece en el mar gracias a sus tres pilares, planos como "pies de pato", que están semi-sumergidos para dotar a la estructura de una gran flotabilidad.
"Este bebé ha aguantado olas de hasta 9 metros de altura, aunque originalmente estaba diseñado para soportar olas de 7 metros", asegura Thiago, un portugués que se encarga del mantenimiento. El hecho de que flote, explica Thiago, es una ventaja frente a las turbinas fijas porque evita que la instalación sufra daños con el oleaje. La base se adapta a las olas y las navega, lo que la protege de posibles impactos.
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