El 28 de setiembre, tras dos intentos fallidos, Doha (abril) y Viena (junio), la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) decidía en Argel volver a actuar sobre el mercado del petróleo, recortando su producción en torno a los 32,5-33 millones de barriles diarios, de acuerdo a un plan que será detallado en las próximas semanas y que deberá ser refrendado en una reunión formal a celebrar en Viena el próximo 30 de noviembre.
Existían muchas dudas sobre la capacidad del cartel para llegar a un acuerdo como el comentado. En primer lugar porque supone una enmienda a la totalidad a la decisión impuesta por Arabia Saudí a finales de 2014 de dejar el precio del petróleo en manos del mercado. En segundo lugar, porque se consideraba que la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán atrapaba a ambos, y de rebote a todo el cartel, en el “dilema del prisionero” (nadie quiere perder cuota de mercado, nadie se fía de sus competidores, y ello hace imposible la cooperación, incluso aunque esta supondría un beneficio para todos).
¿Qué evidencia el cambio de rumbo aparentemente emprendido en Argel? Simplemente que la persistencia de los actuales precios bajos del crudo constituye una auténtica calamidad para los países exportadores. No en vano, con anterioridad a la reunión, el ministro argelino de energía recordaba que la caída de beneficios del cartel era de 300 a 500 millones de dólares por día. La OPEP no podía esperar más para intentar revertir esta sangría.
En mayo, el precio del barril de Brent superaba los 50 dólares. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) pronosticaba una dramática reducción de los stocks globales para la segunda mitad de 2016, lo que suponía un cambio de tendencia respecto al crecimiento experimentado durante el primer semestre del año. Por otra parte, el Departamento de Energía del Gobierno de los EEUU contabilizaba interrupciones imprevistas del suministro cifradas en un total de 3,6 mbd, el nivel más alto desde enero de 2011. El tan ansiado reequilibrio entre oferta y demanda parecía tomar cuerpo.
Pero el optimismo duró poco. A principios de agosto, el barril de Brent caía de nuevo, amenazando con situarse por debajo de los 40 dólares. La OPEP y Rusia reaccionaron con una bien orquestada campaña de declaraciones, asegurando su disposición a intervenir, congelando su producción. La campaña surgió efecto y a partir de mediados de agosto se lograba revitalizar ligeramente los precios.
Sin embargo, sendos informes del pasado mes de Setiembre coincidían en señalar que el exceso de oferta en el mercado persistiría más tiempo del que se pensaba, extendiéndose hasta finales de 2017. Y, para más inri, inmediatamente antes de la reunión de Argel, se conocía que en septiembre la oferta crecería en más de 800.000 barriles diarios, fruto del nuevo record histórico de producción alcanzado por Rusia y de que Libia y Nigeria han restaurado parte de su suministro. Un dato que significa triplicar el exceso de oferta actualmente existente en el mercado, cifrado en 400.000 barriles diarios.
Había que actuar sin dilación. De ahí la declaración de Argel. Pero ahora queda por concretar lo más importante: ¿cómo se hace efectivo el recorte anunciado?
Sin duda, la OPEP tiene una larga experiencia en coordinar a sus países miembros para regular su oferta al mercado. Y hay que admitir que esta estrategia le ha funcionado bastante bien: desde la década de los setenta el precio promedio del crudo se ha situado en niveles más altos de los que habría alcanzado si el grupo no hubiera contenido su producción. Sin embargo, la OPEP sabe perfectamente que hoy en día la tarea de coordinación mencionada requiere de mayores esfuerzos que antaño. Al menos por tres motivos.
En primer lugar, la organización se enfrenta al clásico peligro de todo cartel: cualquier alza de los precios fundamentada en una restricción del suministro alimenta la tentación de hacer trampas por parte de aquellos miembros que gozan de una capacidad ociosa de producción. A juzgar por la experiencia, dicha tentación parece prácticamente irresistible. Y, además, hoy en día, se ve exacerbada por los intereses dispares y los antagonismos existentes entre algunos de los miembros más prominentes del cartel. La tradicional hostilidad entre Arabia Saudita e Irán ha alcanzado unos niveles sin precedentes, lo que amplifica la importancia del factor geopolítico en la toma de decisiones del cartel.
Por otra parte, en la actualidad, la OPEP debe competir con la producción de petróleo de fracking en los EEUU y esta puede volver a activarse rápidamente con la subida de precios que el cartel pretende. En el pasado la organización podía cerrar a su voluntad el grifo del suministro, sin que ello supusiera, de rebote, una amenaza inmediata para las cuotas de mercado de sus miembros, pero el fracking ha cambiado esta situación.
Finalmente, para llevar adelante sus planes, la OPEP también necesita coordinarse con otros países productores que no pertenecen al cartel, principalmente con Rusia. Una cooperación que nunca ha funcionado y que, independientemente de las declaraciones, no tiene por qué hacerlo precisamente ahora.
En cualquier caso, mientras la nueva patada a seguir nos lleva a esperar a ver lo que sucede a finales de Noviembre, la OPEP y Rusia han logrado volver a activar ligeramente los precios del crudo que tras la reunión de Argel han vuelto a situarse por encima de los 50 dólares, como en Mayo.
Mariano Marzo es catedrático de Recursos Energéticos de la Universidad de Barcelona y miembro del Consejo Editorial de El Periódico de la Energía.
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