Uno de los mayores hándicaps que existen actualmente a la hora de desarrollar y poner a la venta un coche eléctrico es el precio. Sí, cierto es que en la última década el precio de los modelos cero emisiones se ha rebajado considerablemente al tiempo que su autonomía se ha dilatado. Sin embargo, si en los planes europeos está que para 2035 todos los coches que se comercialicen han de ser sin emisiones, es de vital importancia que la tarifa de los mismos se reduzca casi hasta niveles de los de combustión. Parte de culpa del elevado precio que proponen estos coches es, sin duda, el coste de los componentes de sus baterías, en concreto del níquel y el cobalto.
Dejando a un lado las reservas que pueda haber de cada uno de estos dos materiales, más aún con la cada vez mayor demanda de este tipo de vehículos, hay fabricantes que ya han empezado a buscar soluciones. Y no hablamos de las baterías de estado sólido, con una mayor densidad energética, más eficientes y menos pesadas, sino en las nuevas de LFP que empezarán a utilizar marcas como Ford como bien ha anunciado recientemente además con la inversión de 3.300 millones de euros en la planta ubicada en Michigan. ¿Qué significan exactamente estas tres siglas? Pues son baterías de hierro, fosfato y litio, una composición química que resulta más económica.
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